miércoles, 5 de septiembre de 2012

Gilberto en el País de las Maravillas


Había una vez una pequeña niño llamada Gilberto.
Gilberto tenía un bonito vestido azul que realzaba sus  no-tetas.
Un buen día, cuando su hermana mayor Alice le estaba contando un cuento muy aburrido sobre unas algas galopantes…
Se durmió.
 Cuando despertó, su hermana había desaparecido y un conejo blanco le indicaba a lo lejos, con impaciencia, un reloj dorado del que salía una melodía preciosa.
Gilberto no dudó en seguir al conejo, cuyo nombre era Oz.
 Sin embargo, tras un rato corriendo tras él, le perdió de vista.
 Buscó y buscó, pero en una de esas cayó por un agujero.
-¡Aaaaaaah! -gritó, soltando su chillido de niña más característico.
 Al fin, cayó en una habitación.
Solo se veía una puerta a lo lejos, así que cogió una llave que había sobre una mesita y se acercó a la puerta.
La abrió, y se dio cuenta de que era demasiado pequeña.
“¿Y ahora qué? ¡Alice tenía razón al decirme que estoy gordo!”
 Buscó por la habitación, y vio un frasquito del que estaba colgada una nota.
Depositó la llave sobre la mesa y leyó: "Bébeme".
 Como no tenía nada más que hacer, se bebió el frasquito hasta la mitad.
Rápidamente, comenzó a encoger, pero como su vestido estaba muy apretado a su chuchurrío y a la vez obeso cuerpo, no se quedó en pelotitas peladas.
Pensó: “¡Bien!”
Hasta que se dio cuenta de que la llave se había quedado en la mesa.
Se quedó en estado de shock unos minutos, y luego reaccionó: volvió a buscar un frasquito que contuviese una pócima para crecer.
Pero no encontró ningún frasquito. Encontró un pastelito (ñammm).
Encima de él, escrito con glaseado, ponía: "Cómeme".
"Qué más da", pensó. "Seguro que esto me ayuda, aunque no sea un frasquito".
Se comió la mitad, pero enseguida comprendió que era demasiado: creció y creció hasta convertirse en un gigantesco subnormal con pelo de algas.
-¿Por qué a mí? -sollozó, y rompió a llorar.
Sus lágrimas eran taaaaan grandes que rápidamente inundó la habitación.
 Cuando se dio cuenta, la mesa ya flotaba a su lado, y el frasquito estaba a punto de caer y de verter su contenido.
Se bebió la mitad que faltaba, y enseguida se volvió del tamaño de un ratón.
 Cogió la llave, pero rápidamente comprendió que era demasiado pesada y que no podría llegar hasta la puerta sin ahogarse.
Sintió cómo su cuerpo comenzaba a sumergirse, y abandonó toda esperanza.
Sin embargo, un ratoncito acudió en su ayuda: le llevó hasta la puerta, le sacó de allí y luego le intentó secar abanicándole con un abanico gigante.
Gilberto despertó, y cuando vio al ratón se sobresaltó: tenía ojos bicolores.
-¿Cómo te llamas, ratoncito? -preguntó la niñito.
-Vincent -respondió él con una mirada de devoción-. Para secarte, puedes jugar con nosotros y correr una carrera -dijo, señalando a otros dos amigos que ahí estaban: una tortuga y una rana.
Corrían en círculos, en una carrera infinita.
-¡Vamos, a ver quién gana! -exclamó Vincent mientras agarraba de la mano a Gilberto y le metía en aquel círculo.
 Comenzaron a correr y, tras quince minutos con lo mismo, Gilberto desistió y abandonó a aquellos amigos.
Vincent se dio cuenta.
-¡Debemos ir con Rufus  Barma! -le instó-. Por cierto, ¿cuál es tu nombre?
-Gilberto.
-¿Gilbeeeertooooo?
Vincent hizo una mueca de sorpresa.
-¡ERES TÚ, ERES GILBERTO! ¡¡Vamos con Rufus Barma, venga!!
Antes de que Gilberto pudiera decir nada, Vincent ya le había vuelto a agarrar y metido en un bosque de setas.
 A lo lejos, llegaba el aroma del tabaco.
Gilberto no se pudo controlar.
-¡TABACO, VEN A MÍÍÍ! -gritó mientras corría hacia el origen del olor.
Vio que, en vez de tabaco, había una oruga roja fumando.
-¿Quién eres? -la oruga habló con una voz grave.
-¿Rufus Barma? -preguntó Gilberto, curioso.
-No, YO soy Rufus Barma, no tú. ¿Cuál es tu nombre?
-Gilberto.
-¿Gilberto, dices?
La oruga dio una calada al enoorme cigarro con forma de abanico.
-Bien, me da absolutamente igual. Que te den, Gilberto -dijo Rufus Barma sonriendo.
-¿¡Perdona!? -gritó Vincent, pero rápidamente desaparecieron de aquel lugar.
Y Vincent se desplazó del lado de Gilberto y acabó en otra parte.
Gilberto se sacudió el polvo de su melena alguística, y miró hacia los lados.
Una risa le sobresaltó.
-Gilbeeertoooo…
Esa voz le resultó familiar.
-¿Óscar-kun?  -preguntó, sobresaltado.
-Sííí… Aunque aquí… se me conoce por otro nooombreee…
-¿Pervertido-kun? -aventuró Gilberto.
Pero Óscar no respondió.
En su lugar, se mostró ante Gilberto, que quedó petrificado.
-¡¡U-UN GATO!!
Óscar sonrió ampliamente. No sabía que los gatos pudieran sonreír.
-Soy el Gato Cheshire. No te preocupes…
En realidad, de gato sólo tenía una diadema que imitaba las orejas triangulares de los gatos, pero aun así a Gilberto le asustaba.
-Te llevaré con la liebre de marzo y el sombrerero -dijo Óscar mientras flotaba por el bosque, con el culo en pompa.
Llegaron a un claro, en el que una mesa del té estaba dispuesta.
En una taza, estaba Vincent, dormido. En una silla, una liebre de color castaño claro con gafas, y en otro asiento un guapísimo y carismático hombre con sombrero.
-Perdonen -dijo Gilberto, pero no obtuvo respuesta. Seguían dormidos.
Perdió la paciencia al instante. Sacó su pistola de una liga que tenía en la pierna y disparó al aire. Al instante, el sombrerero se cayó de la silla, la liebre accionó una catapulta de una cuchara y Vincent fue despertado por un inmenso terrón de azúcar disparado por aquella catapulta.
-¡Cuchara! -exclamó la liebre.
El sombrerero rió, y Gilberto reparó en la extraña pero hermosa muñeca que estaba en su hombro. Al instante, se enamoró de esa criatura.
-¡Tontos todos! -exclamó su amor, agitando su preciosa melena pelirroja.
-¡Ooooh! -gritó el sombrerero-. ¡Pero si es Gilberto!
Gilberto se sentó en la silla que el sombrerero le indicaba, sin perder de vista a la muñeca.
-Yo soy Break -se presentó-. Y la muñeca que tanto miras se llama Emily.
Gilberto no pudo evitar poner cara de idiota. Emily era un nombre taaan bonito…
Se perdió en esos ojos de madera, dibujados en la muñeca.
-¡Yo soy Liam!  -exclamó la liebre, y le clavó un tenedor en la mano a Gilberto.
-¡AAAAYY!  -chilló el niña.
Gilberto sacudió su cabello de algas al viento mientras gritaba
-Deberías ir a la corte de la reina. Es muy sexy, ¿sabes? Personalmente, me atrae mucho, aunque siga con el rollo ese de cortar cabezas…
 Break parecía interesado en la reina, así que Gilberto fue hasta el castillo.
 Aunque antes se despidió de Emily, quien le dedicó algunas palabras:
-¡Borrico! ¡Tonto l'haba!
Pero Gilberto seguía enamorado perdidamente de Emily.
Cuando llegó al castillo, vio a algunas cartas de corazones pintando rosas blancas de rojo.
Y, a lo lejos, a la más hermosa de las criaturas: una joven de pelo rubio, ojos fucsia y un vestido rojo sangre. Había muchos corazones en su aspecto.
Pero Emily seguía siendo su deseo más profundo, la verdad no sé cómo.
Bueno, cuando llegó hasta ella, rápidamente la jovencita dijo:
-¡QUE LE CORTEN LA CABEZA! 
Y se llevaron a una pobre rana, sin duda aquella con la que había corrido la ridícula carrera anteriormente.
-Ooooh, ¿quién es esta joven? -preguntó Sharon, que era así como se llamaba la Reina de Corazones.
-Sin duda, es Gilberto Cabeza de Algas -respondió una de las cartas.
-Ponedle a pintar rosas -ordenó Sharon.
Le dieron a Gilberto un cubo lleno de pintura roja y un pincel, y se puso a pintar rosas.
Cuando terminó, Sharon le retó a jugar al crícket.
La verdad es que la Reina era realmente mala a ese juego, así que Gilberto ganó la primera partida.
-¡NOOOOO! -gritó la Reina-. ¡JUGUEMOS DE NUEVO!
Gilberto comprendió rápidamente que lo mejor que podía hacer eran dos cosas:
a) Matarla.
b) Dejarse ganar.
Como era más sencillo, optó por la a).
Pero una voz en su conciencia, la de  Break, le dijo que, si le mataba, él le metía un palo de crícket (que por cierto eran flamencos) por su abombado trasero.
Así que decidió dejarse ganar.
-¡JA! ¡TE HE GANADO, SACO DE MIERDA PODRIDA!
Las cartas aplaudieron y Gilberto decidió poner en práctica la opción a).
Sacó su pistola pero, antes de que pudiera hacer nada…:
-¡QUE LE CORTEN LA CABEZA!
Sin previo aviso, las cartas se abalanzaron sobre Gilberto, quien gritó de nuevo como una niñita.
Pero creció de pronto, hasta convertirse en un enorme saco de Gilberto.
Y una chica de pelo rosa y ojos un poco más oscuros apareció galopando en un poni volante.
-¡Despierta, Gilberto! -le gritó. Pero era la voz de su hermana Alice.
Abrió los ojos, y se encontró en la misma rama que antes, con su hermana contándole aquel cuento.
Todo había sido  un sueño…

Historias del MSN

¡Hola, queridos lectores! Desde que me fui de vacaciones, lo cierto es que he dejado algo abandonado el blog... ¡Pero os traigo una nueva "novela"!
En realidad, no se parece en absoluto a Mi Ángel de la Guarda o Pandora Hearts (fanfic), aunque la primera historia que publicaré sí que tiene que ver con Pandora Hearts.
Os explico: cuando estoy en el MSN, muchas veces me da por escribir historias. Historias de risa. Y es que el humor me encanta. Como aquí hago cosas serias, siento que mi lado gracioso al escribir no sale a la luz, y me gustaría sacaros alguna vez una sonrisilla. Así que... ¡aquí llega la nueva sección!
Podréis ver el nuevo icono con la "sinopsis" encima del de Pandora Hearts (fanfic), y, por supuesto, las historias serán publicadas como todas las demás, por capítulos en la pestaña correspondiente.
Pues nada, sólo me queda deciros que podéis darme vuestras opiniones que... ¡ahora mismo me pongo a escribir!

lunes, 13 de agosto de 2012

Pandora Hearts (fanfic) - Capítulo 4

Break se sonrojó al instante. Sacudió la cabeza con fuerza.
-No, no es verdad. ¡Imposible! -exclamó.
Alice soltó una carcajada. Break nunca había hablado sobre cosas del corazón; es más, siempre estaba gastando bromas, correteando por ahí y riendo. La joven no podía imaginarse a Break besando a una chica, aunque era cierto que un día Sharon tuvo una idea para que Alice fuera "mujer", y todos los chicos debían declarársele, tratando de conmoverla. Break no lo había hecho mal.
-Yo no te mentiría acerca de esto -aseguró Oz, satisfecho-. Además, debes admitir que hay muchas posibilidades de que sea así.
Break bufó.
-No creo que sea bueno -dijo tras unos momentos de silencio-. Ella tiene 23 años, ¡es muy joven para mí!
Óscar soltó un gritito que se parecía bastante a los que soltaba Sharon.
-¡Entonces a ti también te gusta! -exclamó, apuntando con un dedo acusador a Break.
Nadie esperó su reacción. Break volvió súbitamente la cabeza y se alejó de la habitación.
-Eso no os incumbe a vosotros -siseó, mientras notaba que sus mejillas se calentaban.
Luego, cerró con un portazo y siguió en dirección a los jardines. Gilbert soltó una risita, que enseguida transformó en tos. Alice se encogió de hombros.
-Qué susceptible -comentó-. Ni que fuera un motivo para ponerse así.
Óscar también se encogió de hombros.
-No es una reacción propia de Break, eso es cierto -se rascó la barba-. Habría que juntarles, ¿no? Aunque sea, ¡en contra de su voluntad!
De pronto, Ada y Sharon aparecieron por las escaleras. Las dos tenían un leve rubor en las mejillas, que desapareció en cuanto entraron en el comedor para dar paso a una amplia sonrisa.
-¡Hola! -saludó Ada-. ¡Cuánto tiempo, Liam!
El aludido se sobresaltó. Durante toda la conversación de había mantenido en un rincón, tratando de apartarse de aquel tema. No quería entrometerse demasiado en esos asuntos.
-Oye, Sharon, ¿puedes venir un momento? -preguntó Oz mientras se acercaba a Gilbert-. Vamos a dar un paseo por el jardín.
La dama asintió, algo vacilante, pero avanzó hasta colocarse a la derecha de Gilbert y los tres salieron por la puerta.

-Sharon, a ti te gustan las historias de amor, ¿verdad? -preguntó Oz, aunque era más bien una afirmación.
Sharon entrecerró los ojos, confusa y recelosa.
-Sí... -respondió con precaución-. ¿Por qué lo preguntas?
Oz rió.
-Porque hemos tenido una conversación con Break, y... -dejó la frase en el aire para que Gilbert la continuara.
-... hemos descubierto algunas cositas -concluyó Gilbert mientras jugueteaba con un mechón de pelo.
Sharon se apartó un poco de ellos, y un tono rosado tiñó sus mejillas.
-¿Qué tipo de "cositas"?
Oz suspiró. Esperaba que captara la indirecta. Como pasó un minuto sin que respondiera, Sharon se impacientó.
-Vamos, ¡ve al grano! -exclamó.
Gilbert carraspeó. Metió las manos en los bolsillos, sacó otro cigarro y lo encendió. Mientras se lo llevaba a la boca, decidió poner fin a aquello.
-Sabemos que tú estás enamorada de Break -acalló a Sharon con un dedo cuando fue a replicar-, y... el sentimiento, al parecer, es recíproco -concluyó.
La joven abrió mucho los ojos, y su leve rubor se transformó en un color rojo tomate que se extendía por todo su rostro.
-¡Qué! -exclamó, pero entonces se oyó la voz de Break, que les había visto:
-¿Qué sucede, chicos?
Sharon ocultó el rostro entre las manos mientras se daba la vuelta.
-¿Qué le habéis hecho a la señorita? -preguntó amenazadoramente.
-¡No me gustaría estar en vuestro pellejo! -agregó Emily.
Gilbert negó con la cabeza, y Oz se apresuró a tranquilizar al hombre.
-Nada, pero el caso es que quiere hablar contigo... -una vez dicho aquello, Gilbert y Oz corrieron todo lo deprisa que pudieron hasta entrar en la mansión de nuevo.
"Cobardes", pensó Sharon, irritada y molesta. Le habían dejado sola, y ella estaba más nerviosa que nunca.
Break se acercó a Sharon, y la rodeó. Tomó su barbilla con una mano, obligándole a mirarle a los ojos. Sharon no pudo evitar que Break viera su colorado rostro. Apretó los dientes.
-¿De qué me quieres hablar? -preguntó Break en un susurro. Sonrió ampliamente para infundir confianza a la joven.
Sharon abrió los ojos lentamente. El rubor de sus mejillas aumentó. ¿Cómo podía decirle aquello? Después de tantos años, después de tanto tiempo juntos, nunca había imaginado que llegaría una ocasión como aquella. Además, ella no quería declararse en ese momento, temía ser rechazada, temía que Break no le quisiera tal y como ella le quería a él. No quería que su sueño se rompiera en pedazos, no quería que todo saliera mal.
Pero sabía que debía enfrentarse a aquello, así que trató de explicarse.
-Yo... esto... yo... verás... -balbució. Nunca había sentido tanta vergüenza como en esos momentos.
Break rió alegremente, aunque no soltó su barbilla.
-Yo también -respondió. Sharon no supo que decir ante esa afirmación. ¿A qué se refería?
Por primera vez desde que nadie le hubiera visto, un rubor tiñó las mejillas de Break; era tan increíble que Sharon tuvo que tocar la mejilla del hombre para asegurarse de que era cierto. En el acto, se dio cuenta de que ese gesto era muy significativo. Trató de apartar la mano, pero Break se la sujetó con la suya.
Sharon estaba a punto de replicar cuando... los labios de Break sellaron los suyos.
Al principio abrió mucho los ojos, y su respiración se aceleró mientras su corazón golpeaba el pecho con la fuerza de un titán. Pero luego se abandonó a aquella sensación, y cerró los ojos.
Al fin, su sueño se había hecho realidad.

Mientras, en el comedor...

-¡Ya está la cena! -exclamó Gilbert.
Traía unas cuantas fuentes con comida. Todos sabían que Gilbert era un gran cocinero, quizá le venía de nacimiento, porque Oz no recordaba haberle visto nunca cocinando antes. Había descubierto su maravilloso don una semana atrás, cuando Gilbert confesó que toda la comida la había cocinado él.
De todas formas, con el desfase de diez años que tenía Oz, no podía fiarse tanto de sus sentidos.
En cuanto los platos estuvieron colocados y Gilbert se hubo sentado, todos comenzaron a comer.
Habían decidido no esperar a Sharon y a Break, ya que Oz y Gilbert les habían informado acerca de lo sucedido y concluyeron que seguramente pasarían un tiempo solos.
-Bueno -comentó Óscar, alargando la duración de la letra e-. Aún nos queda algo por averiguar... -apuntó con su muslo de pollo a su sobrina-. ¡Dínoslo, ya! ¿De quién estás enamorada?
Ada se atragantó con el arroz. Cogió el vaso de agua -no le gustaba el vino- y bebió hasta que pudo volver a hablar.
-No quiero decíroslo -murmuró-. ¡Es mi vida privada! ¿Por qué os interesa tanto?
Frunció el ceño, disgustada. Odiaba que su tío fuera tan sobreprotector con ella, hasta el punto de que ella tenía que salir a escondidas con su amado para que Óscar le dejara en paz. Además, sabía que nadie aceptaría su relación.
"No", concluyó. "No se lo diré. Si quieren saberlo, deberán averiguarlo por sí mismos".
Óscar suspiró.
-Quiero saber si has elegido al adecuado -explicó mientras tomaba su copa.
Ada se levantó súbitamente de la mesa.
-¡Será el adecuado si yo estoy enamorada de él! -estalló-. ¿Por qué no confías en mí? ¡Estoy harta!
Sollozando, corrió en dirección a su cuarto.
-Ho... hola, Sharon -la oyeron murmurar antes de subir las escaleras.
Acto seguido, entraron por la puerta del comedor Break y Sharon, cogidos de la mano. Cuando vieron todas las miradas posadas sobre ellos, se soltaron las manos y miraron hacia lados opuestos. Se apresuraron a sentarse a la mesa, muy alejados uno de otro.
-Basta de interrupciones -se quejó Alice mientras cogía su décimo muslo-. ¿Es que aquí no se puede comer con tranquilidad?
Oz y Gilbert rieron, pero Óscar se levantó de golpe.
-Voy a disculparme con Ada -dijo con tristeza-. Supongo que tiene razón.
Sharon asintió; no había estado presente en la conversación, pero sabía perfectamente a qué se refería.
Todos comieron en silencio, únicamente interrumpido por el entrechocar de los cubiertos con los platos. Sharon y Break no se miraron en ningún momento, y Alice les mirada, extrañada.
Al cabo de unos momentos, Óscar bajó corriendo las escaleras.
-¡No está! -chilló, desesperado-. ¡Ha saltado por la ventana!
Gilbert y Oz se levantaron al instante. Los demás miraron a Óscar, atónitos. Ada no solía tener esa conducta. ¿Qué estaba sucediendo?
-¡Vamos a buscarla! -exclamaron Oz y Gilbert-. ¡No hay tiempo que perder!

En la mansión Nightray...

-Ya hemos llegado -anunció Gilbert desde la parte delantera del carruaje.
Los tres saltaron y aterrizaron con suavidad en el suelo.
-Vamos, Gil, Echo no está -alentó Oz mientras cruzaban el jardín.
Era realmente un jardín enorme. Un pequeño laguito se situaba a un lado del edificio, y una enormes columnas de un material negro muy pulido. Desde el interior del jardín llegaron unas risas que no pudieron identificar.
Cuando avanzaron un poco más, vieron dos figuras recortadas contra la noche.
-¿Ada? -susurró Oz.
-¿Vincent? -susurró Gilbert.
Óscar abrió mucho los ojos.
-¡Shhh! Vamos a observarles -ordenó.
Ada rió una vez más, y recostó la cabeza contra el hombro de Vincent. El joven le acarició el rostro, se recostó contra ella y se giraron para juntar sus labios.
-¡NO! -exclamó con fiereza Óscar mientras corría hacia ellos.
Ada dio un salto en cuanto vio a su tío, que comenzó a perseguir a un confuso Vincent por todo el perímetro de la zona.
-¡Basta, tío Óscar! -exclamó Oz.
Óscar paró, y Vincent pudo regresar junto a Ada.
-¿¡Vincent Nightray!? -chilló Óscar, dirigiéndose a Ada-. ¿¡En qué pensabas!?
La joven bajó la mirada, avergonzada. Vincent le cogió la mano, pero también fijó sus ojos bicolores en el suelo.
-Es a quien yo amo, tío Óscar -murmuró Ada.
Ninguno de los tres amigos podía concebir una idea como aquella. ¿Vincent y Ada, pareja? No, imposible. ¡No podía ser! ¿Cómo se habían conocido? ¿Cómo podía Ada amar a una persona así, al hombre que había envenenado a Sharon Rainsworth y a su propia sirvienta?
Quizá Vincent no fuera tan malvado, quiso pensar Oz; aunque sabía que sí lo era. ¡Él le había sacado los ojos a Cheshire! ¡Él había tenido que ver con la Tragedia de Sabrie!
Aunque, en el fondo, no parecía tan mala persona. Después de todo, sentía una gran devoción a su hermano, y nunca les había causado verdaderos problemas, excepto con el asunto de Sharon, que les había privado de todos los recuerdos referentes a la Tragedia de Sabrie.
Óscar suspiró, para sorpresa de todos.
-Supongo que, si tú eres feliz... -murmuró, algo disgustado.
Vincent se adelantó un paso.
-Yo también la quiero, señor Bezarius -afirmó, y parecía sincero.
Gilbert sacudió la cabeza.
-¿Por qué no nos contasteis nada? -preguntó-. ¿Por qué lo mantuvisteis en secreto?
-Por este mismo motivo -respondió Ada con tristeza-. Sabíamos que nos diríais esto, que no aceptaríais nuestro amor.
Óscar sacudió la cabeza y sonrió.
-Eres lo bastante mayorcita como para saber lo que te conviene -se acercó a ella para abrazarla-. Perdóname por no haberme dado cuenta antes. Lo siento.
Ada le miró, sorprendida. Luego, tras sorber con la nariz, escondió el rostro en el pecho de su tío.
-Gra... gracias... -sollozó.